La confianza no llega, se construye

Si la confianza fuera ropa, muchas veces esperaríamos encontrarla colgada en una tienda: con la talla exacta, la etiqueta bonita y lista para ponértela. Como si alguien pudiera asegurarte: “Esta es la tuya, con esto ya te vas a sentir segura”.

Pero no. La confianza no es una prenda lista para usar. Es una chamarra que tú misma vas cosiendo, puntada por puntada. Al principio puede sentirse extraña, como si no fuera tuya. Con el tiempo —cuando pruebas, te equivocas, aprendes y avanzas— empieza a ajustarse. Hasta que un día, sin darte cuenta, ya no quieres quitártela.

La confianza no nace de golpe: se construye con muchas pequeñas acciones. Aparece cuando intentas lo que antes no te atrevías, cuando eliges dejar el miedo atrás poco a poco. A veces significa aceptar un reto que parece demasiado grande; otras, simplemente darte permiso de aprender mientras lo haces.

En lo laboral, esta construcción se nota aún más. No es el título lo que te da seguridad, ni la aprobación de alguien más: es la experiencia de atreverte. Presentar una idea aunque no sea perfecta. Asumir un proyecto que sientes enorme y descubrir que puedes. Hablar en una reunión a pesar de los nervios. Cada vez que lo haces, agregas una puntada más a tu chamarra. Y esas puntadas, además de darte confianza, te abren puertas, te ayudan a crecer y a mostrar tu valor.

Pequeñas acciones que fortalecen la confianza:

• Intentar lo que antes te daba miedo.

• Aceptar los errores como parte del aprendizaje.

• Reconocer tus logros, aunque sean pequeños.

• Animarte a crear algo nuevo, sin esperar la perfección.

  
  

  

  
  

La confianza no llega cuando te sientes lista: llega cuando decides empezar aun con dudas. Es un camino de constancia, valentía y práctica. Y cuando menos lo esperes, esa chamarra que al principio parecía ajena se convertirá en tu prenda favorita: única, fuerte y hecha por ti.